Blog personal crítico y variopinto (con música al fondo)

jueves, 3 de septiembre de 2015

VAMOS A LA PLAYA, OH, OH...


Cuando aprietan las calores sólo hay dos soluciones. O te metes directamente en el frigorífico o te vas a la playa. El personal suele optar por lo segundo, habida cuenta que el paisaje contemplado desde la nevera no es comparable al que muestra la orilla del mar. Así que hoy nos vamos de playa, días antes de que nos la cierren por falta de horario (currar e ir a la playuela casi siempre son tareas incompatibles).

Dice un dicho que las desgracias nunca vienen solas y eso puede aplicarse en el tema de la playa. Habitualmente, cuando llegas y por mucho que madrugues, siempre suele haber gente, con lo cual nunca puedes disfrutar del paisaje y del olor a sal con la suficiente soledad de espíritu. Hablamos, naturalmente, de esas playas populares, situadas habitualmente en la ciudad o cerca de ella. Si para combatir la calor tenemos que coger el avión y pagar la tasa de carburante más la propina del hotel, como que la cosa del refresco corporal nos va a salir un poquillo cara. Así que aquí la mayoría silenciosa solemos ir de pringaíllos y nos trasladamos a la playa de toda la vida, esa que está a la vuelta de la esquina. Nada más llegar ya está el abuelo con la tumbona, la chica de la toalla y las tetas al aire, la gorda que nos hace odiar el entrecot de ternera, el niñato con el transistor a todo trapo, el negrito vendiéndonos alfombras (¡en pleno verano!) y el autóctono que, no yéndole a la zaga, pretende que le compremos dos bolsas de cacahuetes salados por el precio de tres.


Si alguien sueña con disfrutar en solitario de la playa durante al menos un par de minutos, va dado. ¡Ni lloviendo podemos aspirar a semejante fortunio! Y es que el mar será muy grande pero la gente tiene la mala costumbre de ponerse sólo en la orilla más cercana a donde a nosotros nos gusta hacerlo. Y así, claro, no hay ni tranquilidad, ni reposo ni sol que tomar. Lo más que algunos toman es la sombra que le fabrica el vecino, especialmente si los susodichos son bastante enanuchos y a su lado tienen a bípedos ballenatos.

Algunos seres inteligentes, viendo el recinto a tutiplén, pensamos que a lo que hemos ido a la playita es a refrescarnos y no a tumbarnos cochinamente en una esterilla. Entonces es cuando tomamos valientemente el camino del agua, sorteando toneladas de carne desparramada en la arena. Cuando llegamos por fin a la orilla es inevitable echar la mirada atrás para comprobar que nuestras pertenencias aún no han volado a otras manos. Volviendo de nuevo la vista al agua caemos entonces en la cuenta de que lo que tenemos delante no es precisamente nuestra bañera, donde habitualmente no suele flotar ninguna porquería. Más,¿a qué coño hemos venido a la playita, a quejarnos de la suciedad o a refrescar nuestro cuerpo serrano? Entonces nos dejamos de tiquismiquis y ¡al agua, patos!

Algunos, cuando ya están dentro, caen en la cuenta de que no saben nadar. Siempre hay gente muy desmemoriada. Otros desconocen que hay más personal haciendo lo mismo, con lo que alguna vez chocan contra el respetable en plan accidente de tráfico. Los hay que, más comedidos, se dedican a quedarse quietos, casi escondidos entre el agua, como esperando cualquier desembarco de tropas enemigas o el ataque de un tiburón. Así hasta que se convencen de que la cosa es muy aburrida y que donde más cómodo y fresquito se está es en casita, con el aire acondicionado a toda mecha, la parienta en plan deshabillé mostrando los michelines y un martini con hielo en la mano que queda libre. Se acuerdan tarde del paraíso, claro, porque antes de que la nostalgia haga de las suyas, la medusa del día les picará en la entrepierna. ¡Me cago en San Prepucio y Santa Vagina! —gritarán algunos, ateos incorregibles. Menos mal que, como estamos en una playita popular, al instante llega el tío del botiquín y les pone mercromina y una venda. Y se acabó. Ahora toca regresar de nuevo al dulce hogar, donde reinan la tranquilidad y los buenos alimentos. El día de playa salió rana y encima tienes un picor en los güevos que no veas. Joder, porqué no nacería uno en una isla desierta...

1 comentario:

  1. Yo voy a la playa cuando llueve. Así estoy casi solo. Lo malo es que llueve tan pocas veces en el verano....

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