Blog personal crítico y variopinto (con música al fondo)

miércoles, 2 de septiembre de 2015

SINDROMEADO

Acaba el menda de regresar de unas largas y merecidas vacaciones y me encuentro que tengo un síndrome posvacacional de caballo. Siempre había pensado que unas buenas vacaciones te dejaban el cuerpo como nuevo, pero se ve que eso era antes. Desde hace algo más que una decena de años, retornas a la rutina laboral tras el descanso veraniego y resulta que estás para meterte en la cama …o en un psiquiátrico. Los listos de turno (psicólogos, en su mayoría) empezaron a afirmar por entonces que un 40 % de la población padece el “síndrome posvacacional”, caracterizado por la apatía, el agotamiento y, si eres muy avaricioso, por la depresión. Así que –como el personal es imbécil– la prensa viene publicando sistemáticamente cada primero de septiembre amplios decálogos de relamidos psiquiatras para aligerarnos el sofocón septembrino: mantener cierta rutina, descansos cortos y regulares, no agobiarse, ir poco a poco, resolver los problemas pendientes, hacer escapadas de fin de semana… 

Como la cosa empieza a resultar monótona, pronto veremos anuncios en la tele previniéndonos contra las consecuencias fatales del fin de las vacaciones, más temprano que tarde los gobiernos de turno crearán la Subsecretaría del Síndrome Posvacacional, englobándola en el Ministerio de Cagadas y cualquier día de éstos se creará una ONG que ayudará a los damnificados por las vacaciones. De modo que, sindromeado como estoy, necesito unas nuevas vacaciones que me volverán a fundir los plomos y así sucesivamente. Y es que los acomodados curritos y currantes nos lo montamos pero que muy mal. Una investigación científica de EEUU revela que el 84 % de los veraneantes de este país aumenta su riesgo de ataque al corazón con su comportamiento estival. En España sabemos que este verano han sentado fatal las vacaciones a todas aquellas personas que la han espichado en las carreteras, se han ahogado en las playas y piscinas, les ha empitonado un torito o rebanado el cuello su cabestra pareja. Mucho más leve fue la diarrea aguda que pilló un primo mío por comer anchoas en el desierto del Sahara, a donde había ido aprovechando un paquete turístico bueno, bonito y barato, con todo incluido, menos el servicio sexual, que iba aparte. 

Total, que no valemos una perra gorda los humanoides de este siglo. Si vacacionamos, malo y si trabajamos, peor. Mi psicólogo de cabecera me cuenta que todos estos síntomas se deben a que “realizamos un cambio brusco en el estilo de vida”. O sea, que sólo se salvan de la quema los desharrapados y los difuntos. Los primeros porque, por no tener, no tienen ni estilo y los segundos porque no tienen vida. Hay que joderse.

1 comentario:

  1. Nos hemos vuelto tras flojos y blandorros que ya da asco. Si levantaran la cabeza mi padre, mi abuelo o tatarabuelo pensarían que nos hemos vuelto todos unos gandules.

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