Blog personal crítico y variopinto (con música al fondo)

lunes, 28 de septiembre de 2015

AMOR PERRUNO

De un tiempo a esta parte (le echo unos 15 añitos) una epidemia recorre el solar patrio: el amor perruno. No sé si quedará alguna familia que no tenga un televisor, su teléfono móvil y…su perro. Es curioso el grado de cretinez al que puede llegar una sociedad. De la noche a la mañana muchísima gente empezó a poner un perro en su mesa. No es un problema de aumento del nivel de vida como no hace mucho escuchaba a un político de estas tierras (seguro que su perro tiene más inteligencia que él). Yo creo que es un problema de moda, de puro borreguismo.(¿O debería decirse perriguismo?) 

No pongo a parir a quienes siempre han tenido perro, lo necesitan o tienen sitio amplio para que el tío se lo pase bien. Hablo de aquellos que han descubierto lo bueno que es tener un perro en casa porque “se lleva”. Son esos que están llenando nuestras calles, plazas y jardines de cagadas perrunas porque sus meninges cerebrales no distinguen bien lo que es un jardín público de lo que es el WC de su casa. Esos a los que da risa observar cómo los pobres andan siempre corriendo detrás del perro ( al menos hacen ejercicio) o hablándole como si de un bebé se tratase. Esos que mañana dejarán al perrito en la puñetera calle en el momento en que lo que esté de moda sea tener un cochinillo en el sofá. 

Por no hablar de los perros peligrosos (hasta un caniche puede ser peligroso si se le enreda entre los pies a una viejecita). “Hay que educar a los perros para que no sean peligrosos”. “Los dueños también tendrían que educarse”. “Todo aquel que piense que su perro podría ser peligroso debería tener una licencia o al menos suscribir un seguro para evitarse problemas”. Además de las peluquerías caninas y los stands de comida perruna en los supermercados, deberían construirse escuelas para perros (ya de paso podrían hacerse unas casetas de perro con retrete incluido en los raquíticos pisos de ahora; la idea la doy a los constructores y es gratis). 

Al final se está cumpliendo a rajatabla el viejo chiste que decía que en casa al perro le llamaban Don Ramón. Ahí lo tienen: el nuevo señor de la casa.

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