Blog personal crítico y variopinto (con música al fondo)

viernes, 10 de junio de 2016

HACIENDO DEPORTE EN LA RUE

Hay quien se encierra en un gimnasio para mantenerse en forma. Me parece estupendo pero en la calle se puede hacer ejercicio físico de una manera muy fácil y sin gastarse un euro. Hay plazas tomadas por los chavales (y no tan jóvenes) para practicar alguno de esos deportes urbanos que han nacido para calmar el aburrimiento juvenil. Por ejemplo, el parkour, donde el mobiliario y los obstáculos callejeros son utilizados para dar cabriolas, saltos y ejercicios varios. A veces se queda uno extasiado mirando las volteretas circenses de estos mozalbetes. Eso sí, con el móvil preparado para marcar rápidamente el número de urgencias clínicas, porque piensa uno que de un momento a otro alguno de los artistas se va a partir la crisma, el espinazo o el dedo gordo del pie. Luego, afortunadamente, no pasa nada. O pasa, más afortunadamente, cuando ya me he largado.

Claro que para realizar el parkour hacen falta altas dosis de osadía, destreza y forma física que nunca podrá tener la gente madurita. Para los que pasan de los treinta añitos se han inventado los semáforos. Parece mentira que un simple poste con tres agujeros coloreados pueda dar tanto de sí. Especialmente en las grandes ciudades donde las avenidas son amplias y los carriles destinados a los coches cobijan más chatarra que carne las raquíticas aceras. Nuestros concejales de Tráfico –habitualmente los más torpes de la Corporación- se han confabulado para que los pobres peatones hagan los cuarenta metros lisos en tiempo de record. Entre que dan escasos segundos al semáforo peatonal y que cada vez hay más conductores mal nacidos, observar un paso de cebra (no es casualidad el nombrecito) en una avenida de alta densidad automovilística mueve a compasión por el ciudadano bípedo. Mujeres con el carrito del bebé adquiriendo velocidades de Fernando Alonso en cuanto ven que el semáforo va a cambiar de color. Viejecitos con garrota que rejuvenecen en unos segundos sacando fuerzas de flaqueza con tal de no ser despanzurrados en el paso de cebra por la jauría de conductores que se echan encima sin el menor miramiento (la ley les ampara pues ya tienen el semáforo en verde). Chicas de tacones de a metro que en un periquete deben dar auténticos saltitos de pértiga para arribar sanas y salvas a la acera de enfrente. En fin, un ejercicio físico que repetido en ocho o diez tránsitos en otras tantas avenidas, convierte en deportistas consagrados a quienes han optado –queriendo o sin querer- por no hacer más actividad muscular que la indispensable.

Pero no todo son carreras. También está ampliamente divulgada la modalidad de saltos. Saltito por aquí para no pisar la caca del “perro” o “perra” que sacó al chucho a la calle sin preocuparse de recoger sus excrementos. Saltito por allá para evitar esa alcantarilla mal puesta, esa baldosa rota que te puede provocar un esguince tobillero a la menor oportunidad. Saltitos por acá y acullá para eludir los tropecientos mil obstáculos situados en vertical y horizontal en las selváticas aceras de nuestras urbes.

Por si no bastaban todas las actividades físicas imprevistas que nos vemos obligados a hacer los peatones al transitar por la ciudad (¡cómo olvidar las carreras tras el bus, el tren de cercanías o ante el inminente cierre de la ventanilla de tal o cual ministerio o consejería!), ahora los Ayuntamientos se están dedicando a situar en parques y otros lugares de ocio esas maquinonas que tanto abundan en los gimnasios. Quieren que el personal ejercite sus músculos en la calle para mantenerlo sano y que no se nos muera, disminuyendo así el número de contribuyentes. Entre unos y otros han conseguido que nuestras calles y parques parezcan más un polideportivo que otra cosa. ¡Luego dicen algunos que no tienen tiempo para hacer deporte o ejercicio físico!

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