Blog personal crítico y variopinto (con música al fondo)

viernes, 24 de junio de 2016

ANECDOTARIO

Un noble muy pagado de sí mismo deseaba humillar en público al poeta Beaumarchais, cuyo padre había sido relojero. Ante una gran concurrencia, sacó su valioso reloj y dijo al artista:
—Amigo mío; no sé qué diablos le pasa a este reloj, que no quiere marchar como es debido. Hacedme el obsequio de revisarlo. Porque supongo que, como hijo de relojero, entenderéis de esto.

Beaumarchais tomó el reloj y lo dejó caer al suelo como por descuido.
—Perdón –dijo amablemente al propietario de la estropeada pieza—. Ya me decía mi padre: “¡No has nacido para relojero, hijo mío!”

Un joven lord, durante una recepción a la que asistía el escritor Bernard Shaw, se le acercó y en un tono bastante insolente le dijo:
—Dígame, ¿no fue su padre un modesto sastre?
—En efecto –respondió Shaw.
—Me gustaría saber, entonces, cómo es que usted no fue también sastre.
Shaw sonrió.
—¿Su padre no era un perfecto caballero?
—¡Naturalmente!
—A mí también me gustaría entonces saber por qué no lo es usted.

Mark Twain ganó una fortuna con sus obras pero se arruinó al dirigir una empresa editorial. Rehizo luego su capital escribiendo y pronunciando conferencias y pagó todas sus deudas. No obstante, la dura experiencia vivida le dejó una imborrable aversión por los banqueros.
—El banquero –repetía- es un hombre que presta un paraguas cuando brilla el sol y exige que se lo devuelvan cuando empieza a llover.

Es de suponer que si Twain levantara la cabeza hoy en día volvería a repetir lo mismo.

El novelista Hemingway, enamorado de los toros, tomaba parte un día en una conversación. Sostenía:
—La tercera parte de los norteamericanos desea adelgazar y otra tercera parte quiere engordar.
—¿Y el otro tercio? —le preguntaron.
—Ese no se ha pesado todavía.

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