El Comandantín Iglesias (Pablo, Pablito, Pablete) ha vomitado hace unos días que “la dispersión de presos etarras es un trágico problema político”. ¿Alguien puso una pistola en el pecho de esos etarras para obligarles a matar a gente inocente? No, Pablito. ¿Eran tan estúpidos los etarras que creían que la policía nunca los detendría ni que irían a la cárcel? No, Pablete. Entonces, ¿cuál es el problema, Pablo? ¿Han resucitado los muertos asesinados por los etarras dispersos, pero vivitos y coleando, y por tanto se merecen una disminución de sus penas? No, Pablo, Pablito, Pablete: lo trágico es que los etarras mataran a casi mil inocentes y que tú, por ejemplo, cual ellos, sigas emperrado en que “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Aquí cada cual tiene que asumir las consecuencias de sus actos, sea uno etarra o eturra. Que hubieran pensado antes qué consecuencias iban a tener sus asesinatos. En otros países más serios y democráticos que esta España de chichi y nabo, los colegas de los etarrinos vegetan perpetuamente en la trena, y sus familiares y amigos tienen que viajar largas distancias para visitar a parientes tan impresentables, así que menos lobos, Comandantín…
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Este hombre, analfabeto funcional como suelen serlo la mayoría de los politólogos (como si la política fuese cosa de estudios univeristarios y no de simple cultura, o de historia, filosofía, ética, etc), se mueve en el permanente histrionismo, unas veces trágico, otras cómico y la mayoría de las veces, esperpéntico. Desde su atalaya de fanfarrón (sin tener media torta física ni intelectual) despotrica de todos y contra todos los que no son de su onda. El problema es cual es su "onda" porque el tío no suelta prenda.
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