Se acerca la Semana del Orgullo LGTB. En tan fastuosas y modernas siglas, a modo de cajón de sastre, se ha metido a lesbianas, gays, transexuales y bisexuales. Lo de la palabra "Orgullo" me resulta llamativo. ¿Orgullo de qué? ¿De ser diferentes por naturaleza o, en algunos casos, por aprendizaje? ¿Vanagloriarse y ufanarse por tener preferencias sexuales diferentes a las que tiene la mayoría? ¿Tendría sentido hablar del Orgullo Heterosexual? ¿O del Orgullo de la Castidad? Una cosa es que cualquier persona tenga los mismos derechos y deberes independientemente de su preferencias sexuales, raza, estatura, lugar de nacimiento, etc y luche y se comprometa por lograrlos y otra muy distinta es que convierta su peculiaridad sexual, su procedencia geográfica, sus centímetros de carne o huesos en objeto de culto y vanagloria, restregando tal particularidad al resto del respetable. Decía el maestro Umbral: "¿Para qué el orgullo? (…) Lo que hace falta en esta España difícil de parados, inmigrantes, delincuentes y etarras es una Semana del Orgullo Normal, de la gente corriente que cumple con su deber, va a la oficina, cría a sus hijos, mira por su barbecho, estira el coche lo que puede para que aguante otro año y en este plan.” Dejemos tanto orgullo y vayamos a lo verdaderamente importante, al Orgullo del Solomillo a la Pimienta o al Orgullo de las Gambas al Pilpil.
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Aquí todo el mundo está orgulloso de sí mismo: los del Madrid, de ser del Madrid y los del Barça, de ser del Barça. Los vascos de ser vascos y los andaluces de haber nacido en el sur. Los analfabetos están orgullos de serlo y los corruptos de ser tan listos. Todo el mundo está orgulloso de una obviedad.
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