Blog personal crítico y variopinto (con música al fondo)

viernes, 29 de abril de 2016

PONER LA MANO EN EL FUEGO

Hoy en día son muy pocos los que están dispuestos a poner la mano en el fuego por alguien. A veces falla hasta quien menos te lo esperas, como ese maridín tripudo que un buen día –tras 30 años de casados- se larga de casa en compañía de una veinteañera de tetas siliconadas. Instalados en la decepción continua, ya no nos fiamos ni de nuestra sombra y, si lo hacemos, corremos el peligro de quedarnos con cara de idiota si nos falla. La fidelidad –en cualquiera de sus manifestaciones- está en vías de extinción. En otras sociedades menos decadentes e impersonales que las nuestras lo de poner la mano en el fuego por el prójimo sí que sigue teniendo adeptos, a veces bajo el amparo de la superstición. Es lo que ocurre en Derai, distrito rural de de Sabarkantha (oeste de la India), donde todavía algunos demuestran su lealtad y solidaridad a un político introduciendo sus manos en aceite hirviendo. Nada de frases retóricas. Allí, poner la mano en el fuego por alguien, es literal. Eso cuentan las agencias de noticias y nosotros nos lo creemos porque también creemos en la estupidez del bichejo humano, en la de gentes tan sencillas y analfabetas como las de ese lugarejo indio donde se queman la mano a conciencia, y en la de gentes tan rebuscadas y presuntamente cultas como las de los países más “avanzados” del planeta, las cuales no ponen la mano en el fuego ni por ellas mismas, no vaya a ser que cualquier día aparezca una veinteañera artificialmente tetuda o un maromo bien forrado y sea preciso largarse de casa, dejando al paternaire con cara de idiota.

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