Blog personal crítico y variopinto (con música al fondo)

miércoles, 6 de abril de 2016

EL ACONTECIMIENTO (2 DE 2)

Las calles se quedaron vacías. Ni por la rúe del Funeral ni por la de Todo a Cien se veía un transeúnte. Todo el mundo estaba hacinado delante del Ayuntamiento. Cada cual buscaba, en dura pugna con los demás, el sitio más estratégico desde donde poder ver el espectáculo lo más estupendamente posible. Algunos chavales se subieron a las farolas, pero como las pobres estaban muy debiluchas, todos se fueron al suelo originando las risas del respetable.

—¡Que salga el ministro, que salga el ministro! —gritaba a coro todo el pueblo congregado.

Eran las cinco y cuarto y el Ministro aún no había salido al balcón municipal.

—¿Qué estará haciendo ese pelmazo? —dijo un chavalín de 34 años que sólo levantaba dos palmos del suelo (de ahí lo de chavalín).
—Seguramente estará preparando el discurso…

Pasó un ratillo y, al fin, en el balcón, apareció la oronda figura del alcalde de Piedragorda en compañía del señor ministro.

—¡Ciudadanos todos…! —empezó diciendo el alcalde con muy poca originalidad mientras que el pueblo le aclamaba y aclamaba—. Os he reunido aquí para presentaros al nuevo ministro…
—¡Que hable, que hable…! —rugía todo el pueblo a la vez.
—Señor ministro —le dijo el alcalde a la superior autoridad— se ha ganado usted en unos minutos la confianza y la fe del pueblo que tan eficazmente yo gobierno. Le felicito. ¿Ve como mis ciudadanos son como todos los ciudadanos del mundo? Y ahora, le dejo sólo señor ministro. Ya puede usted empezar su discurso…
—Pero… —balbuceó el ministro al ver que el alcalde le dejaba más solo que la una en el balcón municipal.

El pueblo, expectante, seguía todos los movimientos oculares, labiales y manuales de la autoridad, sin perderse detalle.

—¡Piedragordanos todos! —empezó por decir el señor ministro. Pero ya no dijo más porque, desde ese momento, empezaron a lloverle tomates, melones, pimientos, berenjenas, patatas…

El acontecimiento duró treinta y cinco segundos escasos. El tiempo justo en que el señor ministro logró ponerse a salvo de los disparos y cantazos que le llegaban desde todos los rincones de la Plaza Mayor.  Una vez que logró escabullirse hacia el interior, el pueblo, lentamente, empezó a retornar a sus casas y a sus faenas habituales.

—¡Ya hemos aporreado a otro político mangante! —iban felicitándose todos los piedragornanos.

Contentos y más felices que unas pascuas, caminaban en todas las direcciones. Mientras, a lo lejos, aún resonaban los ecos de las palabras del alcalde: “¿Ve cómo mis ciudadanos son como todos los ciudadanos del mundo?"

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