Es famoso aquel principio que enunció en su día el presidente americano Franklin Rooselvelt refiriéndose a Somoza, dictador que sojuzgaba al pueblo nicaragüense: "Ya sé que es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Dicho principio particular ha pasado a ser general y se aplica no sólo en el campo exterior sino interno: siempre que se trate de personal de mi misma cuerda ideológica, partido, sindicato, país o ciudad, trabajo u ocio, siempre lo preferiré —aunque sea un hijo de mala madre— a alguien de fuera de mi círculo de compadres y conmadres. Y así nos luce el pelo...
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qué gran frase la del presi americano. Lo digo porque será moralmente maligna pero es lo que se estila siempre (aunque nadie se atreve a decirla).
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