La queja de algunos profesores de educación física con los que hablo a menudo es que lo único que les pone chiribitas en los ojos a los críos es el furbo y por libre. Ni tácticas, ni estrategias ni gaitas: todos detrás de la pelota en busca de “El Dorado”: el gol. Y tras lograrlo, aunque el campo sea de hormigón, a celebrarlo como se merece, imitando esas majaderías y arrastres por el suelo que tan estupendamente hacen los ídolos de la Champions y Liga de los Estrellaos. (Jodé, ¡ni que hubieran logrado el descubrimiento de la vacuna contra el cáncer o el sida!). Es también la queja de bastantes de esos estudiantes de Magisterio en la especialidad de educación física que acuden todo ilusionados por primera vez a un centro educativo para realizar sus prácticas y se encuentran de golpe con que la cruda realidad –un calco de lo que evacuan las telecacas- no tiene nada que ver con las florecillas y discursos beatíficos que les enseñan los profes de la Universidad, habitualmente instalados en la práctica del parchís, la oca y el ¡qué bello es vivir! La chavalería sólo está obsesionada por una cosa tan inane como el dichoso fútbol.
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El fútbol es la nueva chispa de la vida. Lo cual demuestra lo apagada que está la vida de millones de personas adictas a este deporte tan rudimentario.
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