No hace falta irse a Irak o Afganistán, a Israel o Palestina, a Colombia o Venezuela, a Ucrania o Siria, para ver muertos gratuitos
por las aceras, para contemplar actos de violencia estúpidos y sin sentido. En
dichos lugares no hay justificación alguna para ninguna matanza, por muchas
motivaciones "políticas" que los matarifes quieran argumentar. Pero
hay todavía menos justificación cuando la muerte asoma su dentadura en
cualquier hecho tan poco cruento como un simple traslado automovilístico, un
interesante partido de fútbol, una leve discusión familiar o una placentera
velada nocturna. Y menos todavía cuando ello ocurre en una sociedad que se
cataloga de libre, abierta, pacífica, culta, con bastantes evidencias de
bienestar material. Algunos piensan que esa cuota de violencia irracional doméstica es el peaje a pagar por vivir en el mejor de los mundos posible. ¡Anda ya, cabezas huecas!
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Somos los mismos de hace tres mil años sólo que más domesticados, pero cuando el volcán despierta y erupciona no hay quien pueda acercarse
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