Siempre fui un oyente asiduo de la cadena SER. Una cadena de radio dinámica, entretenida y abierta. Desde mis años mozos. Su Carrusel Deportivo me absorbía todas las horas de la tarde de los domingos, cuando aún el fútbol era un deporte limpio. Aquella Hora 25 y tantos programas que aún perviven en mi memoria (por ejemplo, el serial cómico “Matilde, Perico y Periquín”).
Un mal día, el rey Felipe González el Hermoso – que mandaba absolutamente por estos prados- decidió que aquella palomita de vocación y propiedad mayoritariamente pública debía pasar a manos privadas, a alguien de su confianza, y por cuatro chavos la regaló al señor Polanco, un reconocido luchador por las libertades en la época franquista (igual que su lugarteniente Juan Luis Cebrián) pues aseguraba al caudillo gobernante una fidelidad perruna a sus intereses personales y políticos. Allí se acabó mi querencia por la SER, porque aquello pronto derivó en una emisora sectaria, añeja, falta de pluralidad y más aburrida que el retumbe de cien mil tambores.
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Pues si sectaria yañeja ¿qué será la cope?
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