Blog personal crítico y variopinto (con música al fondo)

viernes, 6 de mayo de 2016

LÍO DE FALDAS

Fue hace un par de años, una tarde de verano, de esas en que se derrite hasta el asfalto, cuando conocí a Rafa (nombre ficticio por razones del guión). Me pidió una coca cola con mucho hielo y algo para picar. El pub estaba vacío y yo aburrido como una ostra, así que aproveché la más mínima oportunidad para entablar charleta con aquel tipo musculoso, peinado casi al cero, de aire tímido y mirada huidiza.

—En la calle hace un calor espantoso, ¿verdad? (Con esta frase ingeniosísima empecé la aproximación dialéctica).
—No se ve un alma. La gente estará haciendo la siesta. He podido aparcar tranquilamente justo enfrente del pub. A estas horas pocos locales hay abiertos para tomar un refresco cálidamente.

Ya entrados en harina, tras hablarle sobre el calorín que pasé en mis dos años de trabajo en Marruecos, me fue contando algunas cosas de él. Era futbolista, había fichado por un club de segunda división de una ciudad cercana, tenía pensado residir en Madrid y estaba empezando su periodo de aclimatación a la ciudad y a su nuevo equipo.

No era una estrella sino uno de esos jugadores oscuros, dotados de fuerza y de espíritu de sacrificio, que los entrenadores necesitan para que el equipo ande bien compensado en todas sus líneas, especialmente las defensivas. Era un obrero del balón. Este tipo de jugadores suelen pasar bastante desapercibidos. El personal se fija casi siempre en quienes meten goles, los preparan o los evitan, sin darse cuenta que el fútbol es una labor de equipo donde todos los jugadores y todos los roles son imprescindibles. De esas y otras cosas hablamos cuando otros días y semanas apareció por el pub. Siempre lo hacía en horas de poca clientela, como si temiera ser reconocido por algún seguidor. Aquel tipo era algo leído, cosa rara en un futbolista. Estaba matriculado en la Universidad a Distancia aunque nunca me dijo (la verdad es que era bastante reservado) lo que estudiaba. Alguna carrera de letras, deduje, por cómo se expresaba.

Un día, a mitad de temporada, vino con una chica. Me la presentó pero no recuerdo su nombre. La gachí estaba de impresión así que me quedé mirándola en plan bobo. La moza estaba bien maciza, era un poco más alta que él y juraría que tenía que ver con el mundo de la farándula. O la moda, o el cine, o algo así. Ya no volví a ver a Rafa en el resto de la temporada. Supuse que entre el fútbol, los estudios y su novia, estaría de lo más ocupado. Sé, por los periódicos, que solía jugar como titular en su equipo y que no le iba mal, aunque todas las medallas se las llevaba un chaval de similar edad, natural de la misma ciudad. Era un goleador nato, aunque cuando el equipo fallaba él no veía puerta ni harto de vino. Lo cual demostraba una vez más mi tesis de que lo primero es el conjunto y luego las individualidades. Digamos que aquel figura se llamaba Iván.

Casi por las mismas fechas que la primera vez que le vi, regresó al pub. Y casi a la misma hora.

—Hacía tiempo que no te visitaba, Pepe. Hoy empieza la pretemporada y no quería dejar la oportunidad de venir a saludarte.
—Te veo con más chispa que entonces, Rafa, la mirada más alegre, no sé… Te va bien, ¿verdad?
—No me puedo quejar. Me renovaron por un año más tras conseguir dejar acabar el equipo en mitad de la tabla. Aprobé todas las asignaturas del curso y mi rollo con Ángela va genial. Madrid ya es como mi segunda casa. Así que no me puedo quejar.
—¿Y tu relación con Iván, el figura? Yo sé que por fuera los jugadores decís que os lleváis de puta madre pero supongo que…
—Es un chaval magnífico. Muy diferente a mí pero por eso mismo nos llevamos de maravilla. Lo han nombrado capitán del equipo y mucho me temo que algún Primera se lo lleve a final de temporada cuando finalice contrato. Es demasiado bueno para la Segunda División.

Durante su segunda temporada sólo vino al pub tres o cuatro veces. Seguía igual de feliz y encantado de la vida. Una tarde de abril, miércoles santo, regresó. No traía buen aire. Conozco demasiado al género humano por mis muchos años de estar charlando con él tras una barra de un local de copas para no saber lo que le ocurre a cada cual. Más o menos, claro. Y como soy un cotilla, no tardé mucho en hurgar en la herida.

—Este año te va fatal en los estudios, Rafa. Has suspendido casi todos los exámenes parciales de febrero…
—He suspendido el más importante: el de mis amigos.
—No todos. Es imposible que todos nos fallen al mismo tiempo.
—Lo sé, pero jamás pensé que Iván y Ángela…

No dijo más. No era necesario. El figura estuvo lesionado durante un mes gracias a una de esas entradas asesinas que hacen los carniceros del fútbol, otra especie necesaria en cualquier equipo pero un pelín impresentable. Durante todo ese tiempo, mientras que Rafa entrenaba y viajaba con el equipo, se estuvo trajinando a Ángela. Y viceversa. El lagarto con la lagarta. Y viceversa. No es que yo sea un estrecho en la cosa del cameo, los amoríos y tal, pero me parece a mí que habiendo tanta gente por el mundo está muy feo que se hagan ciertas cosas a espaldas de quien te estima.

A final de temporada vino por última vez. Yo había leído por la prensa que había fichado por un equipo del norte de España pero nunca vi ni oí nada acerca de lo que había pasado con el largato y la lagarta. En un país en que se airean con una gran alegría todos los trapos sucios, incluyendo los más íntimos, me llevó a pensar que lo mismo la situación se había arreglado o que la discreción había sido inusual para estos casos.

—Con que te vas a donde llueve casi todos los días. Tú, un tío habituado al sol y al frío reseco.
—Sí, Pepe, me voy. Mis dos temporadas aquí han sido muy buenas menos en lo que tú ya sabes o intuyes. Prefiero poner tierra de por medio pues no quiero que mis asuntos privados repercutan en mi rendimiento profesional. Mi futuro es seguir ganándome la vida con el fútbol, corriendo kilómetros y kilómetros todos los días para que otros se luzcan y metan goles. Incluso para que se cepillen a mi chica. Espero que cuando las piernas acusen el esfuerzo ya pueda tener mis estudios acabados.
—Y el Iván de las narices, a Primera. ¡Qué cruel que es la vida!
—Como jugador, se lo merece. En lo demás, mal rayo lo parta.
—¿Se excusó contigo, se justificó? No sé, tuvo algún detalle…
—Tuvo el gran detalle de no abrir la boca en todos estos meses. Encima le estoy agradecido porque algunos de los compañeros que sabían de mi relación con Ángela, simplemente pensaron que lo mío con ella se acabó como se acaban a menudo estas cosas. Yo tampoco quise decir nada. Es probable que si los colegas se hubieran enterado de la verdad todo habría sido más doloroso. Sólo el entrenador se olió algo cuando en los entrenamientos y partidos comprobó que Iván y yo jamás teníamos un intercambio de nada. Ni de palabras, ni de manos, ni de miradas, ni siquiera de balón. La marcha del equipo ha sido un desastre, así que el míster sabía que al final el equipo acabaría rompiéndose en mil pedazos. Cada uno a otra ciudad y a otro equipo. A eso nos dedicamos hoy día muchos futbolistas. A viajar, maleta en mano, de ciudad en ciudad. Como los titiriteros de antes. Como los artistas de ahora. Menudos artistas estamos hechos…
—¿Y Ángela? ¿Ha abierto su boquita de piñón para desearte suerte, al menos?
—Se ha hecho la mártir y ha querido sacar tajada del asunto. Publicitaria, claro. Y seguro que lo habría conseguido de ser yo e Iván dos jugadores de más nombre, de equipos grandes. No lo ha conseguido. Creo que ahora está liada con otro fulano. Es una mariposa que acabará aplastada por cualquier tipo duro y sin escrúpulos que se encuentre en su camino. Una pena.

Me dio la mano. Pensé que aquel hombre se merecía un abrazo. Salí de detrás de la barra y se lo di. Muy fuerte. Me dio las gracias y se fue. Viéndole de espaldas juraría que estaba más fuerte y musculoso que cuando lo vi la primera vez. Lo único que no había cambiado era su tímida y huidiza mirada.

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