Blog personal crítico y variopinto (con música al fondo)

lunes, 9 de noviembre de 2015

CEREMONIAS PELICULERAS

Siempre me han resultado patéticos los actos casi litúrgicos que realizan las monarquías más importantes del mundo (empezando por la británica) cuando se trata de sentar sus reales y su mando en plaza, bien sea en una conmemoración especial, bien en un acto protocolario de mucho boato, pompa y circunstancia. Y más patético aún me resulta que haya millones de personas que pierdan el tiempo contemplando semejantes actos. Pero no sólo en la realeza se da semejante derroche de lentejuelas, diamantes, caspa y tontería de alta cuna y baja cama.

En algunos régimenes autocráticos donde no hay reyes ni reinas, se lo montan también con toda la parafernalia y logística que son capaces de fabricar de acuerdo a su dictatorial mal gusto. Famosas son las celebraciones de Corea del Norte (inenarrables las imágenes cuando murió el viejo dictador y cogió el látigo su hijuelo), o las de Venezuela con el difunto Chávez y su compadre heredero, el Inmaduro. Qué decir de China y sus vejestorios gobernantes  comunistas, avanzadilla jubilada del proletariado, quienes en vez de reunirse en la sede del partido deberían hacerlo en una residencia de dinosaurios. Pero también en las democracias no monárquicas se dan estos bellos montajes.

En Francia, cuando les entra la vena de la grandeur, se ponen la mar de cachondos rememorando a Napoleón (un cadáver que aún goza de buena salud) y el viejo imperio. No hablemos de la decadente y viejuna Rusia, otrora faro del mundo mundial y, cómo no, de los USA o EEUU o Imperio, que es donde se suele ofrecer hoy día el mejor espectáculo del mundo en cuestión de rimbombantes ceremonias, a pesar de la ausencia de monarquía, de historia gloriosa y antigua. Como son tan peliculeros… el montaje les sale la mar de entretenido y popular.


Discursitos melodramáticos para que el personal ría y llore, desfile por la avenida para saludar a los espectadores y reclamarles un aplauso solidario, musiquilla para animar el cotarro, himno nacional y bandera a golpes de pecho y emoción orgásmica y, como colofón palaciego, bailoteos y contoneos varios a cargo, entre otros, del mismísimo presidente y señora, muy agarraditos, muy en plan tortolitos con muchos besuqueos, arrumacos y risas cómplices.  Un ceremonial ridículo de principio a fin (como todos los ceremoniales de esta índole), con miles de soldados y policías trabajando para que el show salga bien y con tropecientas cadenas de televisión repartiendo almíbar por todos los hogares del país.

En fin, debe ser que el Puñetas es un tío muy moderno porque estas cosas de los ceremoniales (sean monárquicos, sátrapas o democráticos) como que se me antojan muy antiguos, banales, patéticos, esperpénticos y ridículos. Eso sí, como películas son unos exitazos de taquilla, pero es que uno ya pasa hasta de las películas…

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