Más que los gobernantes que se creen ungidos por dios, la patria o el pueblo, me ruboriza hasta los tuétanos esa masa de palmeros, de pelotas, de seguidores aborregados o de mamporreros del poder que les ríen las gracias o les lloran en las desgracias. Esos son más peligrosos que los líderes a los que aclaman. Una plebe amaestrada y pesebrera sin la que los dictadores, los gobernantes dicharacheros, los ungidos, ciertos famosos, etc no serían nadie o serían, simplemente, “seres humanos”. Con el calor y las palmas que reciben de manera tan servil, uno entiende que el ego y la autoestima se les suba a la cabeza y que empiecen a considerarse imprescindibles. Lo dijo el clásico: teme a los que rodean, aclaman y defienden al César porque esos, y no el César, acabarán apuñalándote.
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