Desde hace un tiempo (una década) pulula por el éter de la gilipollez rampante un especímen puro y virginal, de sanas pero inquisitoriales intenciones, empeñado en una cruzada contra el lenguaje claro y preciso, como si varios siglos de historia de las palabras (y más de etimología) se pudieran retorcer o destruir en un periquete para satisfacer el gusto de algunos meapilas y cantamañanas de lo políticamente correcto. Llamar a un gitano, gitano, empieza a ser considerado casi un delito (llamémosle "minoría étnica", pero ¿cual?, la bantú, inca, siux...). Lo más suave es el infernal os/as (que en algunos casos pinta bien, pero en la mayoría es redundante y absurdo). Ahora llega la "diversidad funcional" para sustituir a la "discapacidad". Yo mismo tengo la tal diversidad porque sin gafas no veo tres en un burro (cuidadín con llamarme "miope" que mato). ¿Y quién no tiene cualquier diversidad funcional, afuncional y disfuncional? Los gilipollas del lenguaje correcto (y bobo, abstruso, estúpido y cursi) van ganando por goleada.
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